POESÍA. JOSÉ OCHOA DÍAZ
El
tiempo lo transforma todo
hasta
el poema que no he escrito
ese
que habla de esta ciudad
que
inverna en los ojos del mendigo
que
se desdobla en la palidez de la culpa
que
viaja en el hambre nocturna
que
oculta el mea culpa del religioso
Esa
ciudad que me habita
en
mis perturbaciones y espasmos
que
espanta la frialdad del poema
en
su esencia metafórica
que
me conduce a cualquier espacio
donde
la ebriedad me asalta
y
las voces aletean moribundas
en el agónico tic tac del atardecer
distraídas
de la realidad
que
no logran descifrar
los
avatares de esta escritura
perdida
en divagaciones fantasiosas
Mientras
la memoria se olvida a sí misma
y
decadentes héroes pregonan
una
historia que yace moribunda
en
anaqueles postmodernistas
Esta ciudad
se niega a la verticalidad
nadie le habló de Gaudí
menos de Le Corbusier
en ella aflora el transeúnte
que exhala sus temores
en los espacios putrefactos
Sólo un café me distancia
de tanta geometría inconclusa
Llegó hasta tu ventana
observó cómo te volvías
un pedazo de nada
en medio de tanta orfandad
tu rostro agrietado
contrastaba con lo liso de aquellas paredes
blancas y olorosas a formol
nadie te dijo nada
los huesos se te fueron
convirtiendo en sustancia gelatinosa
y la carne modelada y blancuzca
en moribundo cardenal
los gritos de la habitación contigua
te despertaban del letargo inducido
añorando la vieja ciudad
con sus rostros pálidos y destemplados
perdidos en la horizontalidad
mientras el índice bursátil
les recuerda la fragilidad de sus bolsillos
pero eso no bastaba para dejarte de mirar
aunque los ojos se le hicieran pedazos
y el cristal se humedeciera con el respiro
agitado y melancólico que buscaba
sin prisa tu mirada agónica
Nadie te dijo nada
tampoco yo que muchas veces
recorrí a tu lado aquellas huellas
que nunca nos llevaron a ninguna parte
Ahora esta ciudad nos pesa a los dos
y nos golpea sin piedad alguna
con sus rostros de concreto
y un silencio de innumerables voces
Hay un silencio que calcina
todos estos dolores
mientras la Tierra pare
otros nuevos
y nos alzamos en ofrendas
que nos queman los huesos
y ahuyentan los muertos
Silencio que se desprende
de mis ojos
yo que nunca resuelvo nada
que me río de la solidaridad
envuelta en la palabra poética
que me da escalofríos
la verdad de los intelectuales
y el sopor de los políticos
Así voy pensando en Spoon River
y la filosofía de Kant
pero mi mujer no cree en nada
cuando me sirve el café
y leo los titulares de los diarios
Otra vez el cielo se tiñe de pájaros
que me hablan del amor de Dante
ofrendando eclipses inmortales
No atesoro palabras
porque resultan peligrosas
y hasta te pueden convertir en poeta
o adivinador de ciclos con agujeros
Yo que nunca me aprendo nada
y que menos resuelvo nada
no puedo permitirme tal hazaña
quizás sea algo de genes
pero esta apurada vida
no complementa todo el afán
que día a día me aleja más
de los recuerdos apresurados
y unos dioses que me golpean
en lo recóndito de mi ateísmo
en una ciudad de etéreas manos
Soñamos alguna vez
y entre sueños los años nos pesan
un perro famélico
me recuerda el hambre golpeando
los días de este país azaroso
y el olor a durazno
se me escapa como espuma
bordeando los cuerpos adoquinados
Esta habitación
se pierde en mis ojos
mi rostro agrietado
se
distrae al fondo del espejo
llueve
nadie subirá a la montaña
nadie se inmolará
llueve en lo profundo…
Ayer
escuché
a mi padre tocar
la
guitarra
recordé
al París y Ámsterdam
de
mi andar juvenil
se
muere uno de la cocina a la calle
sientes
que los edificios te aplastan
cuando
el asma te quita el respiro
entonces
mandas todo al infierno
y
te asquean los políticos
y
los defensores de los derechos humanos
mientras
la muerte se asoma
en
tus ojos
los
mismos ojos cansados
de
tanta humanidad que sólo existe
como
término lingüístico
Sin
embargo
la
gente sigue teniendo orgasmos
y
París, Ámsterdam
y
la humanidad
y
mi asma se van al carajo…