Subtatuaje

Eliodoro se pinchaba el cuero de su quijada

con agujas de coser zapatos

y se aletargaba sobre una cama de clavos

exhalando por sus ojos viajes imaginarios.


No desangraba sino el mar de sus fábulas

y sus naufragios olían a incienso de por aquí

hasta descifrar los pergaminos perdidos:

“El mar es la codicia de cualquier odiseo

una decisiva aventura de miedo y regocijo”.


Yo oí el cuento una tarde de afán.

El hombre decía:

“Era hermosa y su voz ondeaba en los azules reflejos del reino de agua”.

¿Existe la sirena? preguntaba.

“Su canto muerde las ficciones y derrite los silencios.

La anclé en una playa palpitante

increíblemente bajo la piel de mi pecho.

Pero a partir de aquel momento

una piedad misteriosa se fue apoderando de mi corazón”.


De pronto Eliodoro se tragó un candelabro con velas encendidas

y desde sus entrañas surgieron sombras chinescas: 

en su torso desnudo sentada yacía la sirena.

“El mar como el amor es un enigma

o como todo en la vida una ilusión”.


Eliodoro perdió el mar

se olvidó de sus reinos

alguna lluvia le removía su naufragio.

Recordé que con el chasquido de sus dedos

flameaba la visión y arrojaba por la boca

espuma azul y escamas doradas

era cuando desaparecía de la escena

envolviéndose en una capa de fuego.