Los dos manes

Allí estaban en mitad de la calle y el sol bramando sobre sus cabezas desde el cenit.

Mauricio el cojo y Juan el largo se encontraron frente a frente. Los llevó el azar a ese punto de tránsito. El uno salía de la bodega, el otro estaba por entrar. Dos nervios que saltaron a la mitad de la calle.

Orbitaron lentamente midiéndose con un 38 cañón corto y una desgastada 9 milímetros. Apuntaban a sus vidas, ¿o a sus sombras?

(¡Cuidado. A sus casas. Van a sangrar. Matarán la culebra. Este tiene mejor arma. El otro es más rápido!) (¡No Mauricio!)

-ahora si te voy a dar en la torre balurdo

-llegó tu hora

-sabía que me la pagarías

-te quebraré

Yo no voy a disparar Ya no hay más dedo que jale el gatillo No voy a pagar más cana Estoy cansado ¿Más cana? No, qué va  Voy a dejar que este man dispare primero  Coño, hágalo  No me joda,  dispare usted ¿Qué espera?

Así rondaron sesenta segundos hasta que la muerte zozobró en sordos cascabeles.

(¡Ninguno disparó. Pura paja estos manes!) (¡Menos mal Juan!)

Al día siguiente, Mauricio el cojo no dejó que le cantara el  gallo, y como quien ha roto las cadenas de sueños oprimidos, colocó su destino en un pálido bolso de cuero y abandonó el barrio. Juan el largo se sintió decepcionado al conocer la retirada de su adversario: le madrugaron; él también había pensado en largarse. Por ahora se desharía del arma, que por cierto, había olvidado cargar antes del encuentro.


Gregorio Suárez López