Enigma

Supermán se encerró en su cuarto; estaba cansado de moverse más rápido que una bala y ser más potente que una locomotora. Le dolían viejas cicatrices causadas por mordidas de perros vagabundos. Se desvistió y colgó su traje en la pared, lo vio desvaído y salpicado de pequeños agujeros. Haló la gaveta de su mesita de noche, tomó una pistola y se paró frente al espejo. Aquella pesadilla llamada George Reeves había que fulminarla, y disparó al corazón de su reflejo.

Horas después, el cadáver, un cuerpo desnudo sobre un reguero de vidrios rotos, fue un enigma para los médicos forenses porque no sabían qué era aquella viscosa sustancia verde que supuraba de su pecho sin herida alguna.

Gregorio Suárez López