Las lenguas de Esopo
Cuentan que
una vez Esopo recibió la orden de su amo Janto, quien tenía invitados en su
casa, para que fuera al mercado y trajese lo mejor que hubiera. Esopo no compró
más que lenguas y las hizo aderezar de diferentes modos. Los convidados degustaron
la sabrosura de las lenguas, pero tanto comieron, que terminaron hastiados de
ellas. Esopo, ante el malestar de los comensales, explicó: “Pues que cosa puede
haber mejor que la lengua. Es el lazo de la vida civil, la clave de la
sabiduría y las artes, el órgano de la verdad y de la razón; con su auxilio se educa
a hombres y mujeres y se construyen las ciudades; con ella se persuade y se lidera
en las asambleas, y cumple uno con el primero de los deberes: alabar a los
dioses”. “Pues bueno”, replicó Janto, un tanto molesto y pensando en poner en
un aprieto a Esopo: “para mañana me trae lo peor que haya”.
Al día siguiente no hizo Esopo más que servir de nuevo lenguas; claro, con distinta sazón. Y de nuevo, atendiendo el disgusto de su amo, Esopo dijo: “la lengua es la peor de las cosas: Es la madre de todas las discusiones y pleitos, el origen de las divisiones y las guerras, lo es igualmente del error y la calumnia. Por ella se destruyen las ciudades, y si con ella se celebra a los dioses, es el órgano de la blasfemia y de la impiedad”.
A Janto, sorprendido, le cayó en gracia las respuestas de Esopo y, riéndose, lo felicitó por tan ingeniosos argumentos.