Barrabás
Miguel Otero Silva (Escritor venezolano. 1908-1985)
POR MANDATO del procurador romano Poncio Pilato, los prisioneros Jesús de Nazaret y Jesús Barrabás son conducidos al mismo calabozo de la torre Antonia entre cuyas tinieblas Jesús Barrabás ha permanecido encadenado y solo varias semanas. Los dos rebeldes atraviesan por en medio de una multitud que ya no da voces porque sus deseos van a cumplirse totalmente: Jesús Barrabás recobrará su libertad y Jesús de Nazaret será crucificado. Jesús de Nazaret, que ha sido condenado a muerte, camina con los ojos llenos de serenidad y ausencia; Jesús Barrabás, que va a ser puesto en libertad esta tarde, marcha sin ocultar su odio por los carceleros que lo liberan y su desprecio por el mandatario que lo absuelve.
Jesús Barrabás no es un salteador de caminos, como asentó la sentencia condenatoria de Pilato, sino un cabecilla de los guerrilleros celotes. El fallo que contra él emitió el procurador era justificado, por cuanto el derecho romano castiga “con la crucifixión, la muerte por las fieras del circo o la deportación a una isla” (en esta lejana provincia de Judea los representantes del César no se andan con fieras de circo, ni con deportaciones aliviadoras, sino aplican la crucifixión a secas) a quienes cometen crímenes de lesa majestad, que es el que se le achaca a Barrabás por haber dado muerte a un soldado del Emperador. Jesús Barrabás es un jefe celote, un nacionalista que agita al pueblo en contra de la dominación romana, y todos los de su especie son calificados de bandidos y ladrones por la tablilla que le fijan al madero donde los crucifican.
Es una historia vieja y dolorosa la lucha del pueblo judío, en particular de sus turbas más empobrecidas, contra los opresores edomitas y contra los conquistadores romanos. Ha transcurrido casi un siglo de guerras intestinas y levantamientos desesperados que anegaron en sangre la tierra palestina. Millares de judíos fueron degollados por Herodes y sus hijos, millares de judíos fueron crucificados por los militares romanos, millares de judíos fueron vendidos como esclavos: Los sitios de las ciudades y las batallas a campo abierto concluían siempre con el exterminio de los prisioneros judíos. La última de estas insurrecciones fue la del fariseo Sadoc (los fariseos habían sido al comienzo los voceros de las masas israelitas opuestas a los tiranos herodianos y a la aristocracia saducea) en Jerusalén, y Judas el Galaunita en Galilea. Este movimiento fue aniquilado como los anteriores, pero de sus cenizas nació el partido de los celotes, que no acata la resignación (“escóndete un instante, pueblo mío, mientras pasa la cólera”) del fariseísmo oficial, sino que intenta transformar la doctrina farisaica en un afán libertario de apresurar la redención y alcanzar el fin. La divisa esencial de los celotes es “Sólo Yahveh es rey y sólo a él serviremos”, y empuñando esa bandera aspiran a arrojar de Israel a los ocupantes paganos y establecer una teocracia. Rechazan con fiereza los censos del César, los impuestos del César, el endiosamiento del César, porque ellos no acogen en sus corazones a otro señor y Dios sino a Yahveh. Tras haber sido destrozados militarmente por los ejércitos del César, organizan ahora operaciones de destrucción, o se valen de los tumultos para apuñalar a los soldados romanos, o apalean duramente a quienes colaboran con los invasores. Los procuradores y los prefectos matan a los celotes como alimañas, pero ellos reaparecen donde menos se piensa para seguir combatiendo. No integran una familia política unificada sino actúan como grupos aislados, aunque ardidos todos por una misma llama de independencia e igualdad. A la implacable violencia de los sojuzgadores oponen la violencia fanática de los sojuzgados. Jesús Barrabás es uno de sus caudillos más activos.
Barrabás es un apodo que quiere decir hijo del padre (Bar Abba), o según otros hijo del maestro (Bar Rabban); no son interpretaciones incompatibles porque el magisterio adquiere con frecuencia en Israel cualidades de paternidad. Jesús Barrabás avanza hacia su calabozo en compañía de Jesús de Nazaret.
Cruzan juntos la reja de la entrada y cada uno va a tenderse en el jergón que le ha sido destinado. Sus lechos serán estos dos fardos grisosos, rellenos de esparto y hediondos a excrementos y mugre.
El primero en hablar es Jesús Barrabás, diciendo:
-Me complace mi liberación, Rabí, pero jamás imaginé que la lograría a cambio de la sangre de un justo.
Dice Jesús de Nazaret:
-En verdad te digo que no es tuya la culpa de lo que hicieron José Caifás y Poncio Pilato. Los sumos sacerdotes maquinaron mi muerte porque mis prédicas de amor y misericordia sacudían sus pilares de avaricia y odio. El procurador romano deseaba nuestras muertes, la tuya y la mía, porque temía que tus acciones y mis palabras atizaran motines contra el dominio imperial que él representa. Los pilatos y los caifases, los lobos y los zorros, son bestias de una misma pelambre.
Dice Jesús Barrabás:
-Escúchame, Rabí: los que gritaban “¡Soltad a Barrabás!” no eran los mismos que gritaban “¡Crucificad al Nazareno!” Mis partidarios han subido a las fiestas de Pascua gritando “¡Soltad a Barrabás!” por todas las aldeas y caminos de Judea. Los que gritaban “¡Crucificad al Nazareno!” no eran mis amigos sino tus enemigos. Pero Pilato había ideado una perversa disyuntiva por la cual la libertad del uno entrañaba la muerte del otro.
Dice Jesús de Nazaret:
-El espíritu de mis discípulos es animoso pero su carne es débil. Mientras tus seguidores arriesgaban sus vidas para reclamar tu liberación, mis apóstoles huían aterrados desde el punto mismo de mi prendimiento, y tampoco acudió al pretorio la multitud que me había vitoreado a mi entrada en Jerusalén. Al exigir tu liberación y mi muerte, el gentío que contestó a las preguntas de Pilato se pronunció a favor de la redención por la violencia y en contra de la redención por el amor. Mas en verdad te digo que están equivocados.
Dice Jesús Barrabás:
-No están equivocados, Rabí. El pueblo seguía tus pasos, y te veía como el camino de quebrantar a sus opresores, en tanto le pareciste un nuevo David que usaría sus prodigios para alcanzar la salvación de Israel. Pero te abandonaron cuando te oyeron predicar la conformidad y la mansedumbre. Yo mismo quise ser discípulo tuyo, mas cuando te oí decir en una montaña de Galilea que a la bofetada del adversario era preciso poner la otra mejilla, me aparté de tu rebaño.
Dice Jesús de Nazaret:
-Porque no me entendiste, Jesús Barrabás. Lo que ha extraviado siempre a la nación de Israel es su incurable sed de venganza, su empecinamiento en cobrar el agravio y la sangre con más agravios y más sangre. Contra esa tradición rencorosa hablaba yo cuando dije que se ofreciera la otra mejilla al agresor, mas no me refería a las mejillas de la cara, y menos aún a las mejillas del alma, sino a las mejillas imaginarias donde los soberbios sitúan el pundonor. Jamás he aconsejado a los pobres la cobardía, ni la pasividad, ni la sumisión. En verdad te digo que no he venido a traer paz a la tierra sino espada, y que he venido a traer fuego, y ¡y cómo quiero que ese fuego estuviese ya encendido! Pero mi espada es la espada de la verdad y mi fuego es el fuego de la vida, no el hierro y la hoguera convertidos en armas de retaliación. Exalto el amor como crisol para la transformación del hombre y como basamento de piedra para la construcción de un mundo diferente. Por amor he defendido a los perseguidos, por amor he desafiado a los déspotas, por amor al bien he combatido al mal, porque no se puede amar a los pobres sin pelear a favor de su causa. Mañana seré crucificado y mi muerte se convertirá en un huracán de amor que derribará las murallas de los violentos que me crucifican.
Dice Jesús Barrabás:
-¿Es cierto que tú, al decir que se le diera al César lo que era del César, te declaraste en conformidad con el pago de los impuestos a Roma? ¿Sabes que cuando se paga el impuesto se está reconociendo al emperador pagano como un poder situado por encima del poder de Dios? ¿Sabes que por negarse a pagar el impuesto han muerto varias generaciones de israelitas y estamos prestos a morir muchos israelitas más? ¿Sabes que la resistencia a pagar el impuesto ha sido la antorcha alumbradora de nuestras más grandes rebeliones?
Dice Jesús de Nazaret:
-¿Cómo podría loar yo los impuestos que hacen más pobres a los pobres, que arrebatan el pan a los hijos de los pobres? Pero no convierto en mandato religioso la negativa a pagar los impuestos. Cuando a la puerta del templo me preguntaron los espías de los sumos sacerdotes si los impuestos debían ser pagados, quisieron preguntarme con ello si yo era un sedicioso que predicaba la resistencia a las leyes del César, con el fin de prenderme y juzgarme como insurrecto político si respondía negativamente. El Hijo del hombre no cayó en la trampa y les respondió que el amor a Dios no tiene relación con el pago de los impuestos. Lo que yo propongo es algo mucho más grandioso y renovador. Lo que yo propongo es el cambio de este mundo injusto por otro donde nada se le dará al César y todo se le dará a Dios.
Dice Jesús Barrabás:
-Hacia la conquista de ese reino del Dios de Israel hemos andado juntos sin conocernos, Rabí. Con huesos de nuestros abuelos levantaron los impíos sus suntuosos palacios, con sangre de nuestros abuelos regaron sus inmensos viñedos, centinelas extranjeros custodian las murallas de la Ciudad santa, Israel es una- perra amarrada a la picota de los invasores. Mas está escrito: “Llegará el día en que Jacob echará raíces, Israel echará brotes y sus flores y sus frutos cubrirán la tierra”. Y está escrito: “Con el Señor triunfará y se glorificará la estirpe de Israel”.
Dice Jesús de Nazaret:
-Y yo te digo, Jesús Barrabás, que el reino del Señor no es un tesoro escondido en el campo en espera de que manos privilegiadas lo encuentren, ni un huerto cerrado para disfrute exclusivo de nosotros los israelitas, sino un horizonte abierto a todos los hombres del mundo, en primer término a los pobres que ahora son los últimos. Mi Padre no es tan sólo el Dios de los judíos, sino el único Dios de los pueblos conocidos y por conocer. Las cadenas que maniatan al hombre no serán rotas por una nación que se pretenda predestinada sino por el Padre celestial que abrirá las puertas del reino a todo aquel que las toque con amor al prójimo y con sed de justicia. El reino de Dios es como una pequeña semilla que cuando se siembra es la más pequeña de todas, pero cuando brota más tarde de la tierra se convierte en la más alta de las plantas y echa ramas tan frondosas que los pájaros pueden anidar a su sombra; no sólo los gorriones, las golondrinas, los cuervos y las torcaces de Palestina, sino los pájaros de todos los climas, de todos los plumajes y de todos los cantos.
Dice Jesús Barrabás:
-Hablas como si nada hubiera sucedido en el día de hoy, Rabí. Como si no supieras que mañana te azotarán y te crucificarán los soldados romanos por instigación de los sacerdotes judíos. Hablas como si no hubieras visto huir a todos tus discípulos, como si no hubieras escuchado a la multitud pidiendo que se te diese muerte. ¿No te has preguntado qué quedará de tus prédicas acerca del reino de Dios después que tú agonices sobre la cruz? ¿No temes que tu doctrina sea sepultada para siempre junto con tus restos y que tu sacrificio haya ocurrido en vano?
Dice Jesús de Nazaret:
-Es que tú todavía no sabes que el Mesías, el Hijo de Dios, soy yo, el que habla contigo, Jesús Barrabás. Yo he venido al mundo como luz, para que ninguno que crea en mí se quede a oscuras. El Hijo del hombre fue traicionado por uno de sus apóstoles, y entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas del Sanedrín; éstos me condenaron a muerte y me pusieron en manos de los paganos; los paganos se burlarán de mí y me azotarán y me matarán; pero a los tres días resucitaré. El mundo no me verá más, pero los que me aman y siguen mis mandamientos de justicia, sí me verán. Entonces yo le pediré a mi Padre que les dé otro abogado que esté con ellos para siempre: el espíritu de la verdad. Me voy para volver, Jesús Barrabás.
Dice Jesús Barrabás:
-Por mi parte te digo que saldré de esta prisión para proseguir, sin retroceder ante nadie, la lucha por la libertad y la igualdad. Conmigo codo a codo irá un raudal subrepticio de rebeldes que están decididos a padecer los más horribles sufrimientos, incluso el de ver a su padre y a sus hermanos descuartizados en la tortura, antes que aceptar otro señor que no sea Dios. Nosotros, o nuestros hijos, o si no nuestros nietos, liberaremos a Jerusalén del yugo que hoy le dobla la cerviz.
Dice Jesús de Nazaret:
-Profetizo, Jesús Barrabás, que nadie habrá batallado en el mundo con tanta heroicidad como la que los celotes derrocharéis al enfrentaros a un enemigo mil veces más poderoso que vosotros. Cuando la hora sea llegada, el pueblo entero os seguirá como un río de ovejas convertido en torrente de bravos leones, y haréis pedazos a la guarnición romana de Jerusalén, y aplastaréis a las centurias aguerridas que enviará contra vosotros el legado de Siria, y se unirán a vuestra rebelión los judíos pobres de toda Palestina. El soberano imperio de los césares (cuyas legiones han conquistado las más remotas ciudades y los más escarpados territorios) se verá forzado a lanzar contra vosotros todo su desmesurado poderío para lograr vuestra rendición o vuestro exterminio. Pero aunque caerán sobre vuestras cabezas y sobre vuestras familias los más espantosos flagelos, vosotros no os rendiréis. Cada celote harapiento habrá de hacerle frente a diez soldados romanos montados en briosos caballos y armados de lanzas y corazas, pero no os rendiréis. El hambre y la peste os acosarán como lobas enfurecidas, los perros se comerán a vuestros hermanos muertos, el fuego quemará los techos de vuestras casas y las cunas de vuestros hijos, os arrodillaréis a besar la herida del padre agonizante, pero no os rendiréis. Vuestras mujeres sufrirán aún más que vosotros, “dichosas las estériles y dichosos los vientres que no llegaron a engendrar y los pechos que no llegaron a amamantar, porque mucho más lastimero es tener hijos para verlos extinguirse en el martirio”, eso dirán las madres, pero tampoco ellas se rendirán. El invencible ejército de Roma tendrá que matar hasta el último de vosotros, y tendrá que arrasar la ciudad y el templo, y sus banderas triunfantes sólo podrán ondear en una arboleda de ahorcados y crucificados. En verdad te digo estas palabras de profecía, Jesús Barrabás, sabiendo que mis anuncios de desgracias no te amilanarán y que marcharás impávido hacia tu muerte, como siempre has marchado.
El diálogo concluye cuando entran al calabozo los cuatro esbirros que vienen a poner en libertad a Jesús Barrabás. Jesús de Nazaret sabe con certeza que el jefe celote no llegará con vida a su casa. Poncio Pilato no cumplirá de ningún modo su promesa de soltar a un peligroso enemigo que ha dado muerte a un soldado romano y sueña con dar muerte a muchos más. Cuando un prisionero ha sido condenado a la última pena por un crimen de lesa majestad, y tal es el caso de Barrabás, nadie podrá anular la sentencia, ni el propio juez o gobernador que la dictó, pues únicamente Tiberio César tiene la facultad de hacerla.
“Poncio Pilato es cruel por naturaleza, su duro corazón carece por completo de remordimientos, se solaza en la opresión y en la humillación de sus gobernados, le complace emitir condenas de muerte sin previo juicio”, escriben en sus pergaminos los herodianos que tanto lo conocen. No, Jesús Barrabás no llegará con vida a su casa. Su casa es un tugurio sin lámpara y sin mesa, situado en las cercanías de la Puerta de la Basura, con una sola ventana estrecha que da al valle de Hinnón, justamente al barranco donde la gente arroja los escombros y los desperdicios. Jesús Barrabás vive allí, en compañía de una anciana medio ciega que le hornea el pan y le sirve la sopa. La anciana lo espera desde hace muchos días, sentada en el quicio de la puerta, pero Jesús Barrabás no llega, no llegará nunca. En una calle solitaria que sigue su curso arrimada a la muralla sur de la ciudad, los cuatro esbirros desnudarán las facas y las hundirán en el pecho y la espalda del gigante celote. Su enorme cadáver quedará tendido en tierra tres días y tres noches sin que los hombres, ni las mujeres, ni los niños, sólo las moscas, se atrevan a acercársele. Nada más se sabrá en Jerusalén de Jesús Barrabás, ni siquiera se sabrá quién le dio sepultura a sus despojos.
Jesús de Nazaret se alza de su jergón, se acerca a Jesús Barrabás que ya camina hacia la reja de la salida, lo besa en la mejilla y le dice:
-En verdad te digo, mañana serás conmigo en el paraíso.
Barrabás en La Piedra que era Cristo
Miguel Otero Silva